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  • Foto del escritorYamileth Latorre

Negro sobre rojo [blanco sobre negro]

Actualizado: 9 jul


Rafael Jiménez Oliver no vivió el conflicto armado interno, pero lo retrata a través de un relampagueante recorrido en píxeles: Los colores del conflicto es un notable documento contra el olvido. En estos días de oscuros desbordes fascistas, -Vocablo. aborda el asunto clavando un fino estilete en el centro de la herida.


Escribe: Yamileth Latorre


«Húsares J», de la serie Pantone | Impresión digital: 61x49 cm | 2019.

Hubo un tiempo aciago, sepultado demasiado pronto en el olvido colectivo. Esa etapa velada que muerde dos décadas, 1980 y 1990, resurge dolorosamente cada vez y se retuerce en la memoria relampagueante de una sociedad hasta hace no mucho substraída al rojo intenso. Cegador. De sangre. Y todavía envuelta en ese negro luctuoso, a veces invisible. De llanto. Largo tiempo la violencia y la tragedia oprimieron vidas y sueños en el Perú con un recuento desgarrador: miles de desaparecidos, millones de desplazados y más de 69 mil muertos, principalmente civiles atrapados en el fuego cruzado entre Sendero Luminoso, el MRTA y las fuerzas del gobierno. ¿Dónde están ellos: campesinos, estudiantes, líderes sindicales, soldados, maestros, periodistas? ¿Quién los recuerda? ¿En qué hogares aún los lloran? ¿Qué niño cruzó los años con una foto-estampita de papá o mamá en una romería eterna por conocer toda la verdad?

 

«No hay mañana sin ayer» | Lenticular tradicional de madera: 70x140 cm | 2019.


Los hijos de esa época de terror, testigos indirectos o afectados de las masacres, torturas sistemáticas, atentados terroristas y crímenes de lesa humanidad, no han asimilado plenamente las atrocidades que signaron ese periodo crítico. Hechos que exigen memoria histórica, justicia y reparación para sanar heridas hondas y caminar en paz hacia el mañana: «El olvido no es sólo la pérdida del pasado, sino la pérdida del futuro», reflexionaría a su tiempo el escritor Milan Kundera, profundo explorador de la condición humana. Algunos jóvenes peruanos ni sabían lo que ocurrió entonces, aquello que nos estaba pasando a todos. Rafael Jiménez Oliver (Lima, 1991), nacido justo en el centro de esas abyectas décadas, creció ajeno a estos sucesos: de espaldas a la realidad estridente que le precedía y circundaba y en la que, a conciencia y con los ojos abiertos, se sumergiría hasta hoy para juntar piezas esparcidas como esquirlas, retazos dolorosos de una tragedia.



A sus 33 años y después de un recorrido zigzagueante para alcanzar esa verdad esquiva, Jiménez Oliver, artista plástico y visual de la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú, inaugura su primera exposición individual internacional en Bolivia. Ahí, en Manzana Uno Espacio de Arte, exhibe desde el 5 de julio Los colores del conflicto, muestra que recoge pasajes álgidos del conflicto armado interno y ya ha sido expuesta antes en el Lugar de la Memoria. Su obra, enmarcada en el arte moderno y tributaria de la tecnología, es un documento que suma elementos para reconciliarnos como nación. Se inspiró en Yuyanapaq. Para recordar, impactante colección fotográfica que captura los horrores del periodo de violencia y acompañó el informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. De esa matriz de 1.500 imágenes, Rafael extrajo 25 y filtró las que eran a colores para deconstruirlas cromática y acromáticamente en busca de nuevos significados, cual Derrida contemporáneo.


«Color del conflicto: Perú» | Acrílico y vinil sobre lienzo: 80x80 cm | 2019.

Rafael,  hijo de un ingeniero de sistemas, opera en los dominios del arte como un arqueólogo cibernético, tejiendo y destejiendo píxeles sobre imágenes estáticas que retienen un pasado todavía inacabado. Abierto. Herido de olvido e injusticias. Reemplazó el carbono 14 por herramientas tecnológicas en su afán de escudriñar los escombros del tiempo. De niño, amaba los videojuegos y más tarde estudió diseño gráfico. Ya con el lenguaje digital incorporado en su ADN, cuando comenzaba a navegar en las bellas artes recurrió a los códigos QR para emprender esa búsqueda de desaparecidos de la época de violencia que muchos resuelven únicamente con papel, tinta y goma sobre postes y paredes. Lo hizo junto a su colectivo Gallinazo y los resultados formaron parte de la exhibición Memoria QR: Retrospectiva. El artista visual en ciernes ya usaba recursos avanzados en su exploración de una compleja época que demanda ojos, manos, bocas y mentes nuevas para mirar y sostener la verdad mientras se clama por justicia.


«Uchuraccay», de la serie Pantone | Impresión digital: 61x49 cm | 2019.

Una a una, desde hace ocho años, Rafael abre las gavetas del tiempo para ir desvelando signos. Uniendo fisuras, figuras sin definir. Vestigios de sucesos que tiñeron de rojo la historia reciente del país. Él transita por ese reguero de memorias dispersas y las hace muy suyas. Ya no se trata de una exploración estética como en el principio, sino ética, moral, absolutamente necesaria. «Soy un convencido de que como artista debo desempeñar un papel que contribuya en la recuperación y representación de la memoria del periodo de violencia», defiende hoy, y está dispuesto a «romper un silencio generacional». Al terminar sus estudios escolares en un colegio militar, se encontró inmerso en una generación sin recuerdos. Sus coetáneos poco o nada sabían del terrorismo, como él, a pesar de ser hijos legítimos de una era convulsa. Nacidos en los años 90, carecían de testimonios claros o sólo tenían verdades distorsionadas sobre lo ocurrido en el país. Los gritos, la sangre, el silencio, la ausencia: ecos que se propuso transformar en voces nítidas.


«[Re]construir» | Rompecabezas de cubos de madera: 84x84x12 cm | 2022.

En la periferia del arte, Jiménez Oliver ha trabajado en la creación de Hogares de Memoria, un proyecto que transforma las viviendas de los familiares de las víctimas del conflicto armado interno en museos alternativos. Estos espacios íntimos se convierten en santuarios que los vecinos o cualquier ciudadano pueden visitar para conectar con las historias de vida detrás de las tragedias. En su incansable búsqueda de la verdad, Rafael se ha sumergido también en los casos no resueltos que la prensa y el Estado dejaron de lado. Con la mirada de un detective, ha utilizado incluso fichas de criminalística para desenterrar los secretos de ese pasado atroz. Y durante sus investigaciones, visitó la zona de Cieneguilla donde se hallaron, en una fosa común, los restos de las víctimas de la masacre de La Cantuta. Lo que encontró años después fue un basural, en aquel espacio que debió haberse mantenido como sitio de respeto y exploración para hallar nuevas evidencias del crimen. Eso agudizó su desasosiego. La historia se había convertido en un vertedero frente a sus ojos.


En Los colores del conflicto, ya en Bolivia y con miras a otros destinos, Rafael Jiménez Oliver abre su álbum con la serie Pantone, la primera parada en una ruta profunda y memoriosa. Ahí, cada fotografía se descompone en 25 tonos, que dan lugar a una nueva paleta de 625 colores, donde predominan los verdes, tierras y el rojo, el color del conflicto y de esa herida grave en la memoria colectiva. A pesar del trasfondo trágico, el artista encara esta deconstrucción/reconstrucción mediante un proceso lúdico: interviene las fotografías de un acervo sombrío para dotarlas de gracia y plasticidad. Usa, por ejemplo, el efecto lenticular que permite ver algo distinto, como en la vida misma, al cambiar de perspectiva, y los cubos de Rubik para rearmar con rasgos de humanidad el rompecabezas del conflicto. En esas faenas encuestó a jóvenes de 15 a 25 años, ellos observaron imágenes icónicas como el atentado contra la estación televisora Frecuencia Latina. Y cada vez que alguien no reconocía la escena, el autor dejaba un píxel en blanco, símbolo de la desmemoria. En suma, una obra que combate la indiferencia contemporánea con el arte, poderoso medio de resistencia contra el olvido.

 

 

Temporada: del 5 de julio al 15 de setiembre

Lugar: Manzana Uno Espacio de Arte (Santa Cruz de la Sierra, Bolivia)

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