El delirante tránsito de un artista ítalo-peruano, desde su iniciático periplo europeo hasta su primer regreso al Perú. Sus excéntricas puestas en escena, sus insólitos heterónimos y su ulterior anclaje en El Proyecto PPPP (Productos Peruanos Para Pensar). Esta es la entrega inaugural que nos llega bajo la firma uno de nuestros creadores más originales y divertidos.
Escribe: Alberto Casari

Hubo un momento en el que inicié a firmar mis obras con un logo y a crear personajes como si fueran derivaciones de mi personalidad. Eran los primeros años noventa y vivía en Italia ya más de una década. Por un lado, fue importante entrar en contacto con artistas que se asociaban y firmaban las obras como si fueran corporaciones, usando el lenguaje de las empresas capitalistas y del marketing. Se trataba de artistas que usaban los modelos del mundo corporativo, pero trasladando todo al mundo ficticio del arte. Entre ellos, recuerdo Premiata Ditta, Name Difusion, Banca di Oklahoma, o los holandeses de Int. Fish-handel Servaas & Zn. Esto me remontaba a los orígenes de un modus operandi donde la individualidad era puesta en tela de juicio para dar paso a una idea de grupo y donde a su vez convergían diversas disciplinas. Un referente a todo esto había sido la Factory de Andy Warhol.
Con sus diferencias, tanto la Factory como los grupos que menciono, se propusieron incorporar mecanismos ajenos al lenguaje del arte, como la producción industrial, el comercio y hasta el mismo marketing. El mismo Warhol fue el primero en remover los prejuicios acerca de la comercialización en el arte, llegando a sostener que “hacer dinero es la más grande de todas las artes”. Otros menos conocidos, como los italianos de Banca di Oklahoma, grupo constituido por un notario, un artista, un contador y hasta un abogado, hacían obras que luego eran ofrecidas con certificados de autenticación reales (de allí la necesidad del notario y del abogado). Los holandeses de Servaas, por su parte, producían y distribuían pescado, aire de pescado y accesorios relacionados con la ictiología. Todo esto claro está, no para el consumo humano, sino para ser insertado en pleno territorio del arte. ¿Cómo?, dirán algunos. Simplemente exhibiéndolos en una galería.
Estas asociaciones estaban conformadas por personas reales, aunque muchos duden si estos procesos fueran arte o no. Entonces fue que una mañana de invierno, entre 1993 y 1994, me alcé de la cama con la idea de crear mi propia Corporation, pero me di con que estaba yo solo y, en mi caso, no se trataba más que de una despersonalización del propio Alberto Casari.
Inicié así lo que denominé El Proyecto PPPP (Productos Peruanos Para Pensar). Al principio como una colaboración entre el mismo y otros dos alter ego o heterónimos con nombre propio: Alfredo Covarrubias y Patrick Van Host. Ambos residentes en Rotterdam. El nombre llegó solo, como una ocurrencia dadá espontánea, aunque Covarrubias diera más tarde una explicación somera en el Manifiesto PPPP.
Alfredo Covarrubias ha sido un eje en PPPP y la parte relacionada con el texto escrito, una especie de literato y escritor conceptual. Con Van Host, a través de sus entrevistas hemos querido dirigir los diálogoPresencia Verde, Presencia Roja, Museo Nazionale di Antropologia e Etnologia, Florencia, 1994.s a puntos considerados importantes en la temática de PPPP. Muchas veces los diálogos con Van Host, entre lo irónico y lo existencial, rozan lo absurdo dándonos a entender que, parafraseando a Duchamp, no hay nada que tomarse en serio cuando hablamos de arte.
Al momento de la aparición de PPPP, me encontraba sumido a profundos cambios existenciales, ya que unos años atrás había comenzado a practicar budismo y esta filosofía suponía también transformar algunos antiguos patrones de comportamiento, sobre todo en aquello relacionado con el ego. Nada más egocéntrico que un artista, pensé, y entonces el tener que renunciar al nombre y camuflar la identidad detrás de un logo anónimo me pareció acertado. Era como seguir siendo artista, pero ya sin tener de por medio la vanidad de la firma y la individualidad.
El tema de la firma fue algo que nos ocupó desde un principio. Una primera intervención de PPPP en el contexto del arte, entre 1993 y 1994, fue The Traveling Sticker. Creado por Covarrubias, como todas las performances y obras conceptuales que se harían en adelante, el proyecto consistía en la pega de un sticker con el logo PPPP alrededor de las ciudades. Muchos amigos se convirtieron en emisarios de PPPP ya que, cuando alguien viajaba, llevaba consigo varios stickers con el encargo de pegarlos en las paredes, muros, postes de luz, tachos de basura y cuanto lugar con cierta visibilidad tuviera a la mano.


Así, mientras Covarrubias escribe el Manifiesto PPPP y Patrick Van Host realiza la primera de sus entrevistas en 1994, la crítica italiana Fiammetta Strigoli invita al colectivo a participar en la muestra La Soglia Interna en el Museo di Antropologia e Etnologia de Florencia. Fue la primera aparición pública de PPPP y tratándose de un museo cuya colección está conformada por objetos y hallazgos antropológicos y de historia natural, por expreso pedido nuestro fuimos a ocupar la sala dedicada al antiguo Perú. La idea de la curadora era simple: entablar un diálogo entre las obras de los artistas contemporáneos y el pasado primitivo no europeo.
Sin embargo, y he aquí otra extraña coincidencia de esas que se dan sin previo aviso, cuando entré a la sala para instalar las obras de PPPP (dos esculturas de cartón forradas con un tul de tela teñida una de verde y la otra de rojo) me quedé paralizado observando la vitrina que tenía al frente con unas momias Paracas en su interior. Mi sorpresa fue grande al ver que la tela de las esculturas tenía una semejanza extraordinaria con la envoltura textil de las momias. Se diría que eran el mismo material aunque de diferente color. Fiammetta me preguntó si quería ponerlas al lado y accedí. Por cinco semanas Presencia verde y Presencia roja pernoctaron al lado de unos fardos funerarios del antiguo Perú.

PPPP nunca incursionó en el terreno de lo político y menos de lo coyuntural. El arte no cambia la historia, sino que es la historia la que cambia el arte. Ha habido artistas “revolucionarios” como los tres grandes muralistas Rivera, Orozco y Siqueiros. Querían hacer la revolución y lucharon por ello, pero la revolución nunca llegó. En cambio, Andy Warhol, que no quería hacer nada y que elevó el culto por el consumismo y por lo banal al pedestal del arte serio, así sin proponérselo, sí que hizo una revolución.
Pero Alfredo Covarrubias ha rozado lo político algunas veces, como en el volcán que escupe frases virulentas (AC-ST/V, 2006) expuesto en la Sala del Centro Cultural de la Universidad de San Marcos y en una acción llamada Acción de entrega al público del Pasaporte NCH. Ambas obras pueden ser consideradas como una especie de flirteo irónico, pensando más en la libertad del arte como proceso creativo que en servicio a una idea. Por ejemplo, en la del pasaporte, típica performance al estilo de Covarrubias y que se diera en el marco de la II Bienal Nacional de Lima, en el 2000, para el efecto se instaló una oficina abierta al público donde se hacía entrega de un pasaporte de la Nueva Creatividad Humanista (NCH).
Tal documento, firmado y fechado por PPPP, luego de sorteado el inevitable trámite burocrático de inscripción para obtenerlo, comprometía al tenutario a llevar una vida creativa. Con vida creativa entiendo no necesariamente una vida de artista, sino más bien una vida libre y creativa en el sentido amplio. Se imprimieron 126 pasaportes y la misma cantidad de fichas personales. Las personas se llevaron a casa sus respectivos pasaportes con el bicho de la creatividad incorporado y, cual registro documentario de lo ocurrido en esa sala, a PPPP le quedaron las fichas de inscripción. Durante las semanas siguientes, a acción terminada y ya sin gente, las fichas estuvieron expuestas en la pared. Mesa y sillas usadas, junto con la pizarra y las fichas pegadas, así como el cuarto oscuro del fotógrafo, eran testigos silenciosos de lo ocurrido.


Oficina para la entrega y Pasaporte NCH, Casa Rimac, Bienal Nacional de Lima, 2000
Es 1996 y ya me encontraba de regreso por Lima, luego de diecisiete años de Italia. Había hecho un viaje de ida yéndome muy joven y llevándome conmigo el espacio, los colores terrosos y el mundo textil precolombino que me fascinaba. Volvía al Perú imbuido de Renacimiento italiano y otras influencias más recientes como el Arte Povera, Joseph Beuys, el conceptualismo y también mucha literatura. No que una cosa hubiera suplantado a la otra sino que, como era lógico, se entremezclaban.
Hablando de literatura, un libro en especial llamó nuestra atención para materializar con una performance una singular historia que allí se narra. Se trata de Océano Mar de Alessandro Baricco. No pienso contar de qué va el libro, solo decir que la acción de las telas pintadas con agua de mar nace como una libre interpretación de este. Se narra que, en algún lugar costero de la Europa del Atlántico del Norte, Michel Plasson, pintor y uno de los protagonistas de la novela, había estado pintando paisajes marinos usando solo el agua de mar como médium pictórico. La versión de PPPP concebida por Covarrubias se llevó a cabo en la playa de Agua Dulce en Chorrillos una plúmbea mañana a mitad de mayo del 1997. El público estaba constituido por pasantes improvisados a esa hora del día. Se tituló ¡Esa indescriptible sensación marina! y para esta ocasión, aunque esto no lo narre el libro, siete lienzos en blanco fueron literalmente bañados e impregnados con agua de mar.
¿Que motiva las cosas? Hay hilos conductores invisibles y enterrados en el subconsciente. Yo andaba por entonces interesado en ideas como la “muerte del arte” y/o la “muerte de la pintura”. El mismo significado literal de esa supuesta extinción era perturbador. Pero vayamos a Covarrubias que, siendo un literato y artista conceptual, creía fuese interesante darle un giro de tuerca a tal afirmación. Se planteó el problema entonces, y sin salir del territorio de la “pintura”, ya que se usaron bastidores y lienzos, es decir, los soportes clásicos del arte, el hecho de bañarlos con agua de mar era de algún modo una prueba irrefutable de que la pintura seguía viva. Tal vez llevada a otra dimensión habiendo traspasado los límites entre la realidad y lo subjetivo.
Un paisaje marino realizado con agua de mar como medium pictórico en lugar de los colores químicos. Es decir, los mismos elementos de la naturaleza y no los creados por el hombre, es un paisaje verídico, ya que el lienzo contiene al mar en su esencia.

¡Esa indescriptible sensación marina! (Performance de Agua Dulce), Playa de Agua Dulce, Chorrillos, 1997.
La obra de Covarrubias, conceptual y hermética, ha sido siempre mi favorita. Pero también existía en el seno de PPPP otro artista heterónimo: Aquiles Córdova Inciso (alias El Místico). Más artista de la materia y de los espacios, y que algunas veces se volvían monocromos, otras tridimensionales, otras veces son energía pura.
Llegados a fines de los noventa, hace su aparición Arturo Kobayashi, el último de los heterónimos. Pintor autodidacta con una tendencia entre lo naive, lo figurativo y con un extraño interés por el mundo cósmico y sideral. Kobayashi fue el último en llegar y el primero en marcharse.
Pero PPPP había nacido para circular libre por territorios diversos y no estancarse solo en el arte. La influencia de Eva Pest, mi esposa, cuya visión como arquitecto y designer identificó en ciertos diseños míos una posible aplicación textil, fue decisiva para que comenzara a diseñar textiles y alfombras. El proyecto se comenzaba a alargar hacia nuevas experiencias, como el design. Una primera experiencia de colaboración con tejedores andinos se dio para la producción de la alfombra a telar de la instalación Itai Doshin (1997).
Paralelamente, en 1998, La Casa del Chamán/Guerrero, construcción laberíntica en adobe, estuvo emplazada por varios meses en los jardines del Museo de Arte de Lima (MALI) en el marco de la IV Bienal de Arte y Empresa Cosapi. Esta construcción, concebida por Covarrubias y siguiendo la técnica costeña precolombina del adobe, tuvo la colaboración de Eva como arquitecto. Llegados aquí es necesario reflexionar que si bien PPPP estaba integrado por cuatro fantasmas más un ser humano, Eva se convertía así en una nueva colaboradora, también en carne y hueso. Poco tiempo tuvo que pasar para que concretáramos esta alianza profesional. Así, en 2001 creamos PPPP design, una empresa real en el mundo real del comercio y del trabajo. Me convertí en gerente de una empresa.
Este proceso de absorción personal como empresario ha sido a todas luces un accionar lúdico, una performance en vivo sin que nadie se diera cuenta. La madre de todas las performances es para un artista transformarse en algo completamente distinto, pensé. Seguramente afloraba el recuerdo warholiano donde los nuevos paradigmas del marketing, de producción y de difusión se mimetizan con el arte, aunque manteniendo una posición crítica, hasta fundirse en una sola cosa.
De allí en adelante, y convertido en otra persona, he venido delegado a los heterónimos el papel de artistas y usando sus nombres para firmar las obras producidas por PPPP. Según la poética de la obra, esta era atribuida a El Místico, a Covarrubias o a Kobayashi. Alberto Casari, por su parte, era el diseñador de alfombras de PPPPdesign. Asumida la nueva misión, fuimos invitados como designers a la I Bienal de Design de Saint Etienne en 2000 y como empresa al ICFF de New York en 2001, pero luego dejamos estos eventos internacionales para concentrarnos en el recién creado show-room de Barranco.
El descubrimiento de las posibilidades creativas del diseño textil y del tejido, hizo posible que en 2003 Covarrubias concibiera una acción ad hoc. La envoltura del crítico de arte Jorge Villacorta, en una alfombra, se dio durante la inauguración de la muestra de PPPP Alfredo Covarrubias: últimos trabajos y una performance, en la desaparecida Galería Punctum de Lima. La acción consistía justamente en la exposición de Villacorta envuelto en una alfombra tejida a telar en lana de llama. Al término de unas horas y cuando el crítico fue desenvuelto, el público descubre el texto inscrito en la lana: “En esta alfombra estuvo envuelto en 2003 el crítico de arte Jorge Villacorta”. Este fue un experimento de conversión de una cosa utilitaria, como la alfombra, en objeto de arte y además en objeto de culto, ya que la alfombra recuerda desde entonces el contacto con el crítico.
En 2006, Covarrubias publica el libro Frases sin palabras ni letras que digan una cosa, editado por el Centro Cultural de la Universidad de San Marcos, en Lima. En torno a esos años, el trabajo de Covarrubias se alejó de las acciones y performances para retraerse en la intimidad del texto escrito. Aparecen así las series de obras apropiadas de otros artistas. Me refiero a las series Painting with John, de John Cage; Painting with Lucio, de Lucio Fontana; Painting with Bruno, de Bruno Munari; Painting with André, de André Caderé, entre otros.
El 2007 es el año en que se produce The Sculpture Project from one to seven. Nuevamente un trabajo conceptual de Covarrubias, repitiendo el mismo número cabalístico: el siete. Esta vez, son siete esculturas concebidas como grandes contenedores de madera, iguales a las cajas de embalaje de las obras de arte para su transporte aéreo y, al igual que con las siete pinturas con agua de mar, se volvía a tocar el tema de la invisibilidad. Siete cajas con esculturas invisibles que aparecen diez años después de las siete telas blancas con paisajes invisibles.
Este mismo lenguaje de las cajas ha sido aplicado al cabo de unos años para Los errantes sedentarios, instalación en parte utilitaria comisionada por la curadora Tatiana Cuevas, dentro del Proyecto Mali In Situ del Museo de Arte de Lima, cuyas palabras textuales del 2011 citamos a continuación: “Las piezas desarrolladas por Casari y Pest para el vestíbulo del MALI dan solución a una serie de necesidades prácticas sin dejar de lado otros cuestionamientos presentes previamente en el trabajo de PPPP. Cuando en ocasiones anteriores Casari se había aproximado a la creación de muebles, lo había hecho desde la premisa de concebirlos como un obstáculo a la funcionalidad – como en el caso del Antisofá (Casari y Covarrubias unidos en una sola mente), de 1995 de la colección del MALI, o la inalcanzable silla alta ocupada por un fantasmal Gigante Transparente Sentado de 2007.
Sin embargo, el conjunto diseñado para este espacio encuentra un equilibrio al filtrar, por ejemplo, el principio de proyectos como Sculpture Project from one to seven; la serie de siete voluminosas cajas de embalaje que sugiere un contenido escultórico estacionado en un estado de latencia --siguiendo el mismo principio que sus pinturas con agua de mar--, da forma en este caso a los módulos de consulta para el público adaptándolo para acomodar una selección bibliográfica dispuesta para consulta del visitante. En este grupo de piezas la distinción entre el objeto artístico y el funcional se vuelve innecesaria, pues las intenciones de ambos aspectos están dirigidas hacia la expresión de una misma idea. Los errantes sedentarios del título no son solo las piezas de escultura/mobiliario que jamás encuentran su lugar, sino sus ocupantes, los visitantes que en sus momentos de reflexión, ocio, estudio y descanso dentro de este espacio comunican al museo con la vida más allá de sus paredes”.
En 2011 también llegó la invitación para la XXX Bienal de Sao Paulo del 2012. Meses antes, había empezado a reflexionar acerca de la similitud conceptual y filosófica de los proyectos del agua de mar y de las cajas, y pensé que ambas series podrían unirse en un solo bloque, solo que faltaba redondear la idea. A Luis Perez-Oramas, director de la bienal, le pareció genial poder llevar la obra unificada a Sao Paulo. Solo que faltaba encontrar la tercera parte para cerrar el círculo.
Esto llegaría a buen puerto terminando el año y con la creación de la nueva obra faltante, titulada simplemente La historia. Esta tercera parte, una serie de siete alfombras tejidas a telar para la ocasión, describe el origen de las pinturas con agua de mar, al pintor Plasson y el libro de Baricco, explica a su vez la acción de Agua Dulce y la fabricación de las cajas con esculturas invisibles. Aunque ideada por Covarrubias, este tercer segmento incorpora también un texto de Patrick Van Host en la trama del tejido cual parte misma de este. Cada alfombra entonces funciona como la página de un libro. Un libro que narra una pequeña historia en siete páginas-alfombras.
Esta es la razón por la cual ¡Esa indescriptible sensación marina!, junto con The Sculpture project from one to seven y La historia se convirtieron en el complejo El Proyecto siete (3), que se presentaría en la Bienal de Sao Paulo, un trabajo fundamental de Covarrubias & PPPP, iniciado en 1997 y culminado en 2012.

El Proyecto 7(3), XXX Bienal de Sao Paulo, 2012
Debo decir que, si bien en 1994 y durante los años siguientes sentía la imperiosa necesidad de multiplicarme, creando para ello a los heterónimos, la mañana del 31 de diciembre del 2016 y de la misma manera aleatoria en que nacieron, di por cerrado el Proyecto PPPP. Kobayashi, luego de su paso fugaz y de dejarnos algunas obras emblemáticas, ya se había marchado unos años antes. Van Host, por su parte, abandonó improvisamente las entrevistas como medio de información. El Místico se desvaneció y a PPPPdesign lo cerró una pandemia.
Covarrubias se había quedado solo. No hay nada más que decir. El silencio que alberga la obra es lo que realmente me interesa ahora. Alfredo Covarrubias seguirá apareciendo cuando menos se le espere, pero ya de manera independiente y fuera de PPPP. Seguramente. y sin previo aviso, lo veremos aparecer. Ha siendo la eminencia gris de PPPP. Alfredo Covarrubias ha cumplido un rol fundamental en todo esto, tanto que de no haber existido Covarrubias habría que haberlo inventado.
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