La dantiana escultura de Luis Alfredo Agusti, escogida como Pieza del Mes por Micromuseo y reflexionada por Jorge Wiesse.
Escribe: Gustavo Buntinx
El 14 de septiembre de 1321, en Rávena moría Dante Alighieri. Perseguido y exiliado de su Florencia natal, por los abismos de la política. Pero redimido por las elevaciones de la poética.
Tales circunstancias no son del todo ajenas a la emoción sentida por Micromuseo al escoger como su Pieza del Mes, en este mes de incendios múltiples, en este septiembre infernal, una inquietante derivación artística del Infierno en la Divina comedia.
Se trata de Violentos contra Dios (Usureros), una de las diez interpretaciones de aquel monumento literario que en el 2000 le valieron a Luis Alfredo Agusti la medalla de oro otorgada por la Escuela de Arte Corriente Alterna. Y poco después, ese mismo año, el primer premio en el certamen más amplio concebido por la Galería 2V's para los egresados de las tres principales academias artísticas existentes entonces en Lima.
Un doble reconocimiento, doblemente significativo, por ubicarse en el vértice de un tránsito secular —milenario— que en el Perú marcaba también un cambio de época, al avizorarse ya el final del régimen impuesto desde el autogolpe de Estado de 1992. Pero no es esa sola coyuntura —o cualquier otra— la que animaba el eros creativo del artífice. Su horizonte era más complejo, articulado a otras subversiones —místicas, reflexivas— que entre nosotros esbozaban una escena crítica otra. Ignorada, casi. Cuasi marginal, aunque no exactamente marginada.
Aquellos cenáculos que, en medio del fragor y de la furia de los tiempos, escogieron entregarse a la lectura gradual, morosa, amorosa, de la Divina comedia. En su toscana lengua original. Tras esa aparente vocación hermética, asomaba un ejercicio espiritual. Un acto de conversión. Cultural. También personal. La transformación poética de uno mismo como iniciación esencial para cualquier transformación social que se quiere auténtica. Un principio tan evidente como soslayado. ("Todos quieren cambiar el mundo", dicen que Tolstoi decía, "nadie quiere cambiarse a sí mismo").
Esa transubstanciación de la propia idea de lo político, en nuestra sociedad que la política devasta, tiene varios liderazgos que destacar. El de Leopoldo Chiappo (+), en primer término. Y luego el de Carlos Gatti, acompañado por el de Jorge Wiesse (siguen nombres).
Este último generosamente nos ha autorizado a reproducir sus meditaciones incisivas sobre la obra que nos interesa. Un ensamblaje que, en su polisemia, podría leerse como un comentario corrosivo sobre el nuevo mundo de viejas cadenas transfigurado por la globalización de capitales. De hecho, desde su propio título la escultura remite a los versos que Dante dedica a los cristianos condenados por el pecado de la usura. Pero lo que en la elaboración de Agusti importa de veras es su poiesis, su devenir poético, incluso matérico, al derivar la fuente literaria hacia un imaginario que no pretende "ilustrar" aquel texto, sino metabolizarlo. Convertirlo en energía propia, y actual, complejizando al mismo tiempo nuestra comprensión de su fuente inspiradora.
Así lo evidencian, con erudición e inteligencia, con sapiencia, los señalamientos de Wiesse, aquí extractados de un texto mayor sobre ciertas reverberaciones dantianas en la plástica peruana (los otros artífices discutidos son Carlos Enrique Polanco y Adolfo Winternitz). Esa argumentación secuencial le da un final abrupto al recorte que debimos implementar para los fines de esta publicación. Nos importará, en otro momento, reparar esa violencia volviendo sobre el conjunto cabal de las ideas eslabonadas por el ensayo completo.
A continuación, el enlace a la sección específica de la web de Micromuseo que acoge a esta Pieza del Mes. Y a los vislumbres de Wiesse:
Comments