Diálogo abierto con
Chonon Bensho
A propósito de Eariki, su más reciente muestra, la autora reflexiona sobre su propia identidad y propone una forma indígena de vivir la modernidad: sin olvidar nuestra relación afectiva con el cosmos. Como miembro de la comunidad shipibo-konibo, asume que el arte y la estética no deben desconectarse de la espiritualidad. Además, se refiere al racismo como una enfermedad que limita el pensamiento y a la que hay que hacerle frente con amor.
Entrevista: Leyla Aboudayeh
El bordado kené es una expresión artística muy presente en tu trabajo. ¿Qué otros lenguajes empleas y cuáles te gustaría explorar?
Los diseños kené son patrones geométricos que están en la base de nuestra identidad shipibo-konibo. Como mujer indígena, heredera de mi madre y mis abuelas, yo mantengo una relación íntima, de mucho afecto, con los diseños. Cuando la geometría es bordada, la llamamos kewe. Si bien, como todo lenguaje, los diseños son heredados, podemos innovar en ellos para expresarnos a nosotros mismas. Según mi comprensión, los diseños muestran una vocación indígena por el equilibrio, el orden y la complementación. Es en base a esta composición de los elementos que surge la belleza (metsa) y lo bueno (jakon). Además, creo que son un signo visual que manifiesta nuestra capacidad de percibir la interrelación constante entre nuestro mundo y el espíritu. Desde estas convicciones, yo he hecho una transformación del kené: por un lado, en algunas ocasiones combino la geometría con la figuración; por otro, he traído a primer plano los diseños que normalmente se usan como relleno, para señalar la vibración espiritual que nos rodea y, al mismo tiempo, constituye a los seres vivos por dentro. Tengo otros trabajos solo de abstracción geométrica, pero en los que también busco nuevas posibilidades del kené. Siguiendo esta misma vocación creativa, he plasmado el kené en distintos soportes: no solo en cuadros y bordados, sino también en maderas recortadas, en objetos escultóricos, con mostacillas tejidas, y (como en la muestra Eariki) sobre impresiones. Asimismo, en instalaciones, las cuales hago con mi esposo y unos amigos arquitectos. Entonces, el kené está presente en casi todos mis trabajos, pero siempre como un lenguaje fluido y dinámico, que conversa con los distintos soportes y propuestas.
El reconocimiento de las comunidades indígenas es algo que trasciende a tu obra. ¿Cómo sientes que ello influye en tu comunidad y en otras comunidades?
En las comunidades no todos pensamos o sentimos lo mismo. Una comunidad es un espacio en el que se comparte mucho, pero también se presentan diferencias que deben complementarse. No todos los miembros de una misma comunidad reciben mi trabajo de la misma manera. Yo sé que algunos aprecian mucho lo que hago y se dan cuenta de que el logro de una mujer indígena es, a la larga, algo que nos beneficia a todos. Además, yo no hago mi trabajo sola, sino dirijo una cooperativa de creación familiar. Yo converso con mis hermanas, con mis hermanos, con mis tíos, de mis proyectos y ellos me dan ideas. Además, ellas también ejecutan algunas de mis obras, siempre siguiendo mis indicaciones y lo que hemos pensado juntas. Por eso mismo, cuando mi obra se vende en el mercado, eso permite sostener la economía familiar; los galeristas con los que trabajo (Ricardo Ocampo y Livia Benavides) ayudan a financiar la cooperativa. También, con la venta de la obra y el apoyo de algunos aliados, mantenemos en mi comunidad nativa, Santa Clara de Yarinacocha, un proyecto de reforestación y el cuidado del jardín botánico Nishi Nete. Mi hermano Ranin Bima también hace talleres sobre saberes ancestrales con los niños de la comunidad. Mi arte es un proceso individual, pero al mismo tiempo dialógico y colectivo; surge desde mi territorio ancestral, conversando con las plantas y con los ríos. Por eso, los beneficios económicos tienen que ser compartidos. De esta manera, podemos integrarnos a la economía de mercado sin dejar de ser indígenas, reconociendo la herencia de nuestros abuelos, y el respeto por la vida.
¿Cuánto de tu obra representa una reivindicación de tu pueblo originario y cómo enfrentas el racismo estructural peruano?
El racismo es como una enfermedad, que limita nuestro pensamiento y nuestro amor, y asfixia el espíritu. En una ciudad como Lima, si bien la situación ha mejorado, sigue siendo algo muy fuerte. Yo creo que el Perú es uno de los países más racistas. Ni siquiera en Chile, España o en Uruguay, he sentido el racismo que se experimenta en el Perú. Trato de no darle mucha importancia, aunque siempre puede afectar un poco. Es evidente que, al ser reconocida internacionalmente como artista, la gente que me conoce, de todas las clases sociales, me trata de igual a igual. Pero en algunas situaciones aún puedo sentirlo. Ahora, mis ancestros también eran racistas: ellos se llamaban a sí mismos «humanos verdaderos» (jonikon) y consideraban a otros pueblos indígenas como ilegítimos. También la gente de la sierra es racista con los amazónicos, y los amazónicos con la gente de la sierra. El racismo en el Perú es de todos contra todos. Es una de las grandes taras de la sociedad. El racismo no puede ser curado con violencia, sino que solo puede relajarse mediante el amor. Si nos llenamos de odio y resentimiento, el racismo nos ganó, nos aplastó. Si perdonamos y amamos a nuestros semejantes, si aprendemos a respetarnos y a complementarnos desde nuestra diferencia, tal vez nuestros hijos hereden un mundo diferente.
¿Cómo has seleccionado los elementos visuales que integran tu cuerpo de obra en esta exposición?
El proceso de esta exposición empezó cuando le hice un juicio a la Reniec para poder usar mi nombre shipibo en documentos oficiales. En la primera instancia, la sentencia me fue desfavorable; con mi abogada (Rossana Maccera), apelamos y ganamos en segunda instancia. Un día, durante este proceso, vimos con mi esposo una serie sobre Andy Warhol que me gustó mucho. Ambas experiencias me dieron la idea de cómo llevar a cabo un arte que dialogue, al mismo tiempo, con la reproducción técnica y con mi sensibilidad como mujer indígena moderna. Entonces, con mi amiga Milagros Aguilar, mandamos a imprimir unas telas en Gamarra con diferentes colores; imprimimos mi DNI, mi pasaporte, un mapa del Perú, una imagen de una pareja konibo hecha a partir del relato de un viajero francés del siglo XIX y una foto mía. Lo que yo he hecho es utilizar la técnica para la impresión mecánica, pero envolviendo las imágenes con la destreza manual del bordado kewe, como quien se apropia de esas imágenes técnicas desde el propio pensamiento indígena, para que de verdad nos expresen y no solo se nos impongan. Mi interés es proponer una forma indígena de vivir la modernidad, en la que el uso de la tecnología o el aprendizaje de la ciencia académica no nos haga olvidar nuestro idioma ni nuestra relación afectiva con el cosmos.
Teniendo en cuenta que hay una discusión permanente sobre estos asuntos, me gustaría saber cómo abordas los conceptos de arte, artesanía y diseño.
Para mí, lo que mi madre y mis abuelas hacían era arte. Yo no veo mucho la diferencia. Lo artesanal, en todo caso, lo concibo como ligado a lo manual, a la dedicación a un oficio que pasa de generación a generación, y con un aspecto medicinal (arte-sanía): todo eso también está presente en mi obra, así como un diálogo con la tradición del arte moderno. Igual, esa es una discusión de términos que en mi lengua no existe. A mí me enseñaron que los seres humanos, si queremos vivir bien, tenemos que hacer todo con belleza y sabiduría. Desde nuestro pensamiento, lo estético no es una actividad separada de la lengua, de la espiritualidad, de la vida.
¿Cómo ha cambiado tu cosmogonía, tu visión del mundo y del arte después de conocer Europa?
A mí no me gusta mucho viajar. Antes tenía un poco de curiosidad, pero ya vi lo que quería ver. Ahora vivo en Lima, sobre todo por el trabajo de mi esposo y la educación escolar de mis hijas, pero mi mayor felicidad reside en trabajar la chacra, en la reforestación, y no estar todo el tiempo rodeada de gente. Me encanta plantar, meter mis manos en la tierra, levantarme temprano a machetear, pasar las tardes bordando y conversando con mis hermanas y cuñadas. Si algún día vivo fuera del Perú, tiene que ser en un lugar que me permita, al mismo tiempo, estar cerca de una ciudad, pero tener la tranquilidad del campo y la conexión con la tierra, con las aves, con las plantas, sembrar mis alimentos. La Amazonía no es una región aislada del mundo; nosotras también vivimos todas las contradicciones y cambios de la modernidad, con lo bueno y lo malo de este tiempo. Cuando viajamos, aprendemos mucho de otras formas de vida, pero yo siento que Europa tiene mucha historia, pero poco horizonte de futuro; nosotras, como nación indígena, también tenemos raíces antiguas, pero creo que tenemos más que aportar, en este tiempo, para imaginar una forma de habitar la tierra saludable y armónica. Hay una crisis espiritual, ética e incluso creativa en Europa y Norteamérica; las mujeres indígenas, cuando conservamos las enseñanzas antiguas, podemos mostrar otras maneras más generosas y libres de vivir.
¿Qué es Eariki para ti y cuáles son las memorias que conservas de tus inicios como artista?
Como toda artista (y no me refiero solo a las mujeres indígenas), he tenido que pasar muchas pruebas y dificultades, algunos sinsabores, antes de llegar a donde estoy. Sin embargo, creo que en general mi camino no ha sido tan difícil como el de otros artistas: pienso, por ejemplo, en la indiferencia que sufrió Van Gogh. Yo tengo cierto reconocimiento internacional a pesar de mi juventud, así que estoy muy agradecida con la vida y con Dios. Pero yo no puedo producir arte solo por lo que el mercado espera que yo haga: tengo una necesidad creativa de buscar siempre nuevas propuestas; así como la vida cambia, y nosotros cambiamos con ella, también nuestra búsqueda artística debe transformarse, no cristalizarse en algo que ya sabemos que funciona comercialmente. El arte se vende, por supuesto, y de eso vivimos, pero debe responder ante todo a una vocación expresiva más profunda, a un compromiso más íntimo. Nuestro lenguaje se debe renovar para poder explicar lo que vamos siendo en momentos y espacios específicos, para vehiculizar nuestras emociones, reflexiones y sueños. Eariki es un nuevo momento de mi obra, dentro de un flujo creativo permanente. Mi idea es nunca estancarme, siempre fluir, como los ríos, hasta llegar al mar.
✩
Lugar: Galería 80M2
Dirección: Malecón Pazos 252, Barranco
Temporada: Del 22 de mayo al 30 de junio
Comments