Memento amori
- Leyla Aboudayeh

- hace 23 horas
- 8 Min. de lectura
En una época donde estamos permanentemente conectados pero cada vez menos acompañados, Memento amori —la muestra bipersonal de Vanessa Karín y María Abaddón— abre una pregunta urgente: ¿qué queda del amor cuando el deseo se acelera y los vínculos se vuelven frágiles? Como plantea el curador Mijail Mitrovic, la libertad sexual no ha garantizado el encuentro; por el contrario, el deseo corre el riesgo de volverse mercancía rápida, descartable. Frente a ese paisaje afectivo, ambas artistas devuelven el cuerpo al centro de la experiencia amorosa y proponen un recordatorio: amar —y desear— puede ser todavía un acto de resistencia.
Escribe Leyla Aboudayeh

Vanessa Karín y María Abaddón llegan a Memento amori desde lugares afectivos y políticos que, al cruzarse, producen una fricción luminosa. Karín habla desde el deseo como energía vital: una artista que ha dedicado los últimos años a estudiar la pulsión sexual no como mercancía —o no solo—, sino como una fuerza productiva capaz de abrir vínculos, de sostener cuerpos en comunidad. En sus respuestas aparece una sensibilidad que combina radicalidad y ternura: la insistencia en el amor como práctica política, la importancia de la presencia mutua, la honestidad de lo imperfecto, la necesidad de construir vínculos elegidos. Hay en ella una claridad combativa contra la lógica neoliberal del afecto, pero también una fe en el deseo como motor que sigue buscando, que insiste.
María Abaddón, en cambio, aparece desde un territorio más oscuro, filosófico y punzante. Sus palabras revelan una artista que piensa el amor desde la finitud, desde lo que falta, desde la pregunta incómoda: ¿qué vale la pena? Con humor ácido y lucidez, desmonta lo romántico, cuestiona la idea misma de “vínculo natural” y se permite imaginar afectos que no piden reproducirse ni durar para siempre. Su obra —y su pensamiento— se mueven entre lo carnal y lo metafísico: cuerpos sin rostro, fusiones imposible, fantasmas táctiles. Para ella, amar no responde a normas sino a condiciones históricas cambiantes, y elegir la soledad también es un gesto válido, incluso liberador.
Entre ambas se genera un diálogo extraordinario: el deseo como impulso frente al deseo como deriva; la ternura explícita junto al colapso de los cuerpos; la apuesta por el vínculo junto a la sospecha sobre sus formas heredadas. En sus voces se dibujan dos modos contemporáneos de pensar el amor, distintos pero profundamente conectados por una misma urgencia: recordar amar, recordar desear, recordar que la vida afectiva —incluso en ruinas— sigue siendo el territorio donde imaginamos otras formas de estar juntos.

El texto curatorial plantea que, una vez conquistada la libertad sexual, surge una nostalgia por los vínculos reales. ¿Sienten que sus obras nacen precisamente de ese anhelo de conexión después del goce inmediato?
VK: Sí, existe una nostalgia por el próximo encuentro. Por el próximo “te quiero”. En la búsqueda de la libertad el sexo ha sido clave; sin embargo, como bien se menciona en el texto curatorial, el resultado a menudo ha sido la capitalización del deseo, donde el goce se vuelve un producto más, rápido y descartable. Nuestras obras surgen desde la protesta y la pregunta: ¿qué queda después del orgasmo? Más que un final, es el umbral para un vínculo que sea sostenido en el tiempo, llegando a la comunidad de los cuerpos.
MA: Creo que la nostalgia y el anhelo son estados constantes de la condición humana. Los bajones emocionales o el asco después del goce los entiendo más como respuestas a estímulos. Mi obra nace como un recordatorio. Ya sea poseído por un instinto animal, ya sea entregado a la muerte, ya sea entero o en pedazos, recuerda amar. A veces es fácil perderse en la despersonalización de lo leve. Lo carnal es la deriva, el amor es un ancla.

En ambas aparece un cuerpo que roza, forcejea, se consume y se entrega. ¿Cómo entienden hoy el amor desde la materialidad del cuerpo, lejos de los ideales románticos o normativos?
VK: Mi trabajo en estos últimos cinco años ha sido analizar, entender y materializar el deseo sexual. Por lo que he llegado a entender el amor lejos del amor romántico obsoleto que buscaba la perfección. Me interesa un amor a veces torpe pero honesto. Un amor donde estemos vivos y presentes. El amor acepta el desorden, la viscosidad y la imperfección del otro.
MA: El amor siempre va a estar idealizado de alguna manera. En la actualidad tenemos un momento muy interesante para las relaciones interpersonales. ¿Finalmente podemos hacer una pausa y preguntarnos: vale la pena? ¿Esto se extrapola a las relaciones casuales también? ¿Vale la pena perturbar mi PH por esta persona? Quizá en ese aspecto escapa de los ideales normativos, porque podemos no solo cuestionarlo, sino evitarlo por completo. Podemos vivir solos, podemos tener familias monoparentales, podemos no reproducirnos, podemos elegir a nuestras familias. El miedo al futuro se desvanece porque por siglos vimos que lo normado duele, porque por generaciones nos han advertido de los peligros de la normalidad y de lo romántico. Hicimos caso.
El imperativo “recuerda amar” es directo, casi urgente. ¿Qué tipo de amor buscan recordar? ¿Uno emocional, político, afectivo, comunitario?
VK: Memento Amori, “recuerda amar”, es un imperativo que busca un amor afectivo-político y comunitario. El llamado a amar no es simplemente un sentimiento bonito, sino una exigencia para cambiar el lugar que ocupa el amor en nuestra vida y en la sociedad. Del ámbito privado, idealizado, pasivo o puramente emocional, al ámbito público, activo, político y material. Se exige que el amor sea visto como una práctica y una fuerza de construcción social. Es político porque se pide amar como un acto de resistencia a la lógica neoliberal. Y comunitario porque nos recuerda que el vínculo es la única forma de escapar de la soledad que genera el goce individualizado.
MA: Uno que sirva.

Tras el éxtasis o la pulsión física suele aparecer el vacío. ¿Dónde sitúan ustedes la soledad dentro de estas imágenes tan cargadas de presencia?
VK: En mi obra represento mujeres anhelando desesperadamente la compañía del otro cuerpo. El roce se vuelve el intento de negociar la soledad. Por lo tanto, la soledad no está ausente en mi obra; al contrario, es el punto de partida. Sin la soledad no existiría el motor que impulsa a la penetración, a llenarse del otro, a entender al otro, a colocarse incluso en sumisión frente a los amarres para así poder ser atrapadas por el otro.
MA: Por omisión. Mis seres carecen de rostro. Esto les quita identidad, pero a la vez significa que podrían ser cualquiera.
Ambas trabajan intensidades corporales que pueden ser fricción o ternura. ¿Cómo conviven en su obra el placer inmediato y el deseo de vínculo?
VK: Creo que en mi obra el placer inmediato es la pulsión de la energía pura. Luego sigue la ternura que aparece como respuesta a esa energía. El deseo del vínculo —de querer generarlo, no de deber generarlo— es esa diferencia en la intención. Es querer construir a partir de la vulnerabilidad y la dulzura expuesta.
MA: A través del apego ansioso. Mis personajes se aferran mutuamente, más a otros que a ellos mismos. Tengo tres series de dibujo y una instalación blanda. En una planteo un escenario transespecie: las piernas se convierten en pinzas, aguijones, tentáculos, con poses sugerentes pero defensivas. En la segunda, los órganos de uno se fusionan con los del otro. En la tercera presento una escena de goce múltiple con muertos vivientes. Finalmente, y contrastando con la crudeza carnal de los dibujos, mis esculturas tejidas y cosidas se muestran suaves y acogedoras. “Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa”.

En el texto se menciona la ruptura con los ideales burgueses de familia y reproducción. ¿Qué nuevas figuras del amor les interesa imaginar o reivindicar?
VK: Si antes se buscaba un amor cerrado, funcional y reproductivo, en mi obra busco señalar una figura del amor forjada por elección y deseo mutuo, no por imposición biológica o social. Encontrar el amor no jerárquico y post-reproductivo. Encontrar la familia elegida y quedarse en ella.
MA: Siempre me he preguntado: ¿qué está tan mal con morir solo?
¿Qué referentes intelectuales, teóricos o artísticos están marcando este momento de sus vidas?
VK: Mi referente más potente ha sido la crítica a las estructuras normativas y represivas del deseo. En este caso, me refiero a la obra de Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo. El quiebre en los ideales burgueses de la unidad familiar se revela en cómo el complejo de Edipo funciona como máquina de represión del deseo. Se postula la idea del “cuerpo sin órganos”; en mi caso, me interesa como flujo del deseo alejado de la funcionalidad reproductiva o social. Encuentro muy acertada la idea del deseo como producción: no es una falta, como propone el psicoanálisis clásico, sino un motor. Esa energía debe liberarse para generar nuevos vínculos.
MA: Para esta muestra: Milan Kundera, Zygmunt Bauman, Paul Preciado, Simone de Beauvoir y Elena Tejada-Herrera.
Muchas feministas —y Rosalía también— hablan de “volver al amor real”. ¿Qué significa para ustedes un vínculo real hoy?
VK: Un vínculo real hoy es aquel que, aunque con fricciones y desajustes, es consciente de ello y aun así decide sostenerse en el tiempo. Se diferencia del vínculo condicionado porque elimina la expectativa social o económica y da paso a un acto de fe en la presencia mutua. Es un vínculo donde no hay temor al fin, sino comprensión de su intensidad y del goce sin deuda.
MA: Siento que no se puede volver a lo que nunca existió. El amor siempre ha sido un consenso social. Nada de la manera en que entendemos o sentimos las cosas es natural: todo está condicionado. Hoy vivimos una revolución de los afectos. Cada vez hay menos miedo a estar solo, porque el vacío es más duro cuando se tiene a una persona equivocada al lado. Paralelamente, siempre han existido vínculos reales, solo que no necesariamente entre parejas. Tomar decisiones pensando en nuestros seres amados no es óptimo, pero es entendible si no llega a ser contraproducente.

Desde sus trayectorias individuales, ¿cómo se encontraron en esta muestra?
VK: Desde mis inicios en la pintura he sido admiradora de la obra de María. Esa admiración se desarrolló en una amistad mutua y real. En algún momento surgió la idea de generar una muestra juntas, y fue así como la exploración del cuerpo apareció como eje. A María le interesó aprovechar que yo ya tocaba el deseo sexual para dar paso a hablar del amor. A mí me interesó trabajar recuerda amar junto a María porque, donde yo dibujo ternura desde lo explícito y sexual, María encuentra el colapso total de los cuerpos. Hemos trabajado este tema durante un año y me emociona muchísimo llevar a cabo esta muestra, sobre todo de la mano de un gran curador como Mijaíl, quien fue mi profesor en la PUCP.
MA: Cuando surgió la idea de la muestra yo ya conocía la obra de Vanessa y admiraba su insistencia ante la constante censura a la que había sido sometido su trabajo. También me llamaba la atención que teníamos ideas muy claras sobre nuestra posición en las relaciones interpersonales: quizá opuestas en muchos sentidos, pero firmes. Y como reflejo de nuestras formas de ver el tema, su obra está llena de entrega y en la mía los personajes solo se tocan para hacerse daño.

Finalmente, si este Memento amori pudiera sumar un segundo imperativo, ¿qué otro gesto le pedirían al espectador?
VK: Me gustaría pedirle al espectador: “Recuerda desear”. En mi obra se muestra el éxtasis inmediato. En la cultura del consumo, ese éxtasis se neutraliza y se convierte en producto pasivo, comprado y satisfecho rápidamente. Mi obra apuesta por el deseo como fuerza productiva y revolucionaria. Recordar desear es pedirle al cuerpo que siga maquinando conexiones y flujos, que siga buscando más allá de la satisfacción inmediata. El deseo es la energía que impulsa el motor del amor.
MA: Recuerda que amar es humano.
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