Máscaras y espejos
- Czar Gutierrez

- 12 ago
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Toto Fernández Ampuero frente al simulacro de su propia obra y al teatro de lo cotidiano que plantea la obra del icónico Sergio Camporeale. Estas Dos miradas convergentes van hasta el 13 de setiembre en La Galería de San Isidro.
Escribe: Czar Gutiérrez

Ya se sabe: la obra de Toto Fernández Ampuero (Lima, 1971) confronta la superficialidad de la cultura digital mediante óleos y acuarelas que combinan tonos fríos y saturados en escenas donde lo festivo y lo sombrío coexisten. Globos plateados, emojis y rostros esquemáticos funcionan como espejos deformantes de una felicidad impostada, denunciando el positivismo tóxico y la inmediatez virtual.
Heredero crítico del pop art, resignifica los símbolos del consumo mediático y los convierte en resistencia visual frente a la fugacidad de las pantallas. Así, entre ironía y lirismo, el artista devuelve profundidad y sentido a la experiencia humana, ralentizando el vértigo cultural contemporáneo.
Aunque distantes en generación y lenguaje visual, Sergio Camporeale y Toto Fernández Ampuero comparten una afinidad esencial: ambos conciben el arte como un espejo deformante que expone las tensiones de su tiempo. Camporeale, figura clave del pop latinoamericano, despliega un teatro visual saturado de máscaras, guiños y superposiciones, donde la identidad se diluye en el espectáculo de la cultura de masas.
Su ironía y nostalgia denuncian cómo el sentido ha sido reemplazado por la representación. Fernández Ampuero, en cambio, aborda el mismo territorio desde una mirada más introspectiva y existencial: su realismo contemporáneo convierte el cuerpo en escenario y campo de batalla, símbolo de vulnerabilidad y deseo en la era de la hiperexposición. Sus personajes —sensuales, sofisticados, absurdos— encarnan el conflicto entre ser visto y desaparecer.
Ambos artistas coinciden en la teatralización de lo cotidiano, la crítica al simulacro y el uso del color como significante emocional. Además, comparten una puesta en escena precisa y una intertextualidad que integra referentes pop e históricos. Así, el diálogo entre sus obras no es solo temático, sino también formal, configurando un territorio común donde el arte revela, con ironía y lucidez, la fragilidad del sujeto contemporáneo frente a las máscaras que lo definen.

¿Cuáles son las principales diferencias y semejanzas con respecto a tu muestra anterior
El Evangelio según Prometeo?
Difiere en el uso del soporte. En esta nueva serie he trabajado directamente sobre tablas de pino, integrando la textura natural de la madera como parte de la obra. Esto representó un reto y, al mismo tiempo, un aprendizaje, ya que me permitió componer a partir de los diseños y vetas naturales de la madera, en lugar de partir de una imagen preestablecida. En cuanto a las semejanzas, mantengo el uso de la tela cruda en la pieza de gran formato, dejándola expuesta para evocar una sensación de naturaleza y arraigo visceral, en sintonía con las propuestas visuales de esta muestra.
¿Qué significa para ti compartir esta muestra con Sergio Camporeale?
Para mí, compartir espacio con un artista como Sergio Camporeale, quien representa el pop latinoamericano desde una clave irónica y colectiva, es un verdadero honor. Desde que conocí su obra en sus primeras exposiciones en Lima, me fascinaron las coincidencias en el uso de personajes de la cultura de masas, la teatralidad y la fecundidad temática de su propuesta. En mi caso, aunque abordo tópicos similares, mi enfoque se centra en un realismo absurdo, como si congelara un instante de la vida, suspendiendo la acción en una especie de expectativa. Mi obra y la de Camporeale se nutren mutuamente, especialmente por nuestro interés en la cultura de masas, el arte, el diseño y, en mi caso, el mundo digital y las redes sociales.

Digamos que tu visión introspectiva del cuerpo dialoga con la teatralidad de Camporeale.
Sí, ese diálogo ocurre a través de un contraste muy enriquecedor. Mientras su obra explora lo colectivo y lo irónico desde una perspectiva amplia y teatral, mi trabajo es un reflejo de mis propias experiencias de vida, de mis emociones y de mi forma de entender el mundo. De esta manera, mi obra se convierte en un espejo en el que me veo reflejado, y a través del cual extraigo imágenes que llevo dentro para compartirlas con el público.
¿Hay algo de performático en tus obras?
Nunca me había planteado ver mis obras como una performance en el sentido tradicional, dado que lo que plasmo es un instante detenido en el tiempo. En mis obras, la acción se congela y mis personajes no están realizando una acción específica, sino que parecen detenidos, ensimismados, sujetos a una especie de control emocional, cultural o social. Sin embargo, desde la perspectiva del espectador, esos elementos —las posturas, los objetos, la vestimenta— pueden sugerir un momento performático, una narrativa en suspenso.
¿Cómo te vinculas con la violencia y la belleza en esta muestra?
En muchas de las obras que presento he trabajado, como siempre, con la dualidad, pero en esta ocasión he querido confrontar la normalización de ciertas realidades que no deberíamos aceptar tan fácilmente. La vida en las redes sociales y esas vidas performáticas que a menudo se nos presentan de forma escenográfica, las trato desde una perspectiva visceral, cruda y sin filtros, pero a la vez pervertida por la belleza. De este modo, en mi obra conviven la violencia y la estética, lo bello y lo crudo, y es esa lucha constante de dualidades lo que me interesa presentar en este momento.
¿Qué rol tiene el espectador en tu obra?
Concibo mi obra como una invitación a una experiencia abierta, donde el espectador se convierte en un testigo activo. No busco que se sienta completamente cómodo, pero tampoco quiero amenazarlo; me interesa generar una nueva forma de ver, de aprender a observar no solo desde lo estéticamente correcto, sino también desde lo honestamente perturbador. En mis obras, conviven la vida y la muerte, la belleza y la crudeza, lo perverso y lo puro. El espectador se convierte en un voyeur de mis emociones y pensamientos más íntimos.
¿Crees que la desnudez y el disfraz surgen del mismo miedo?
Creo que ambos surgen de miedos similares, como el temor al rechazo o a ser juzgados. En mi obra, la desnudez representa esa vulnerabilidad, ese acto de mostrarse sin barreras ante los demás. El disfraz, en cambio, es una forma de protección, una manera de resguardarse. Al final, el arte nos invita a enfrentar esos miedos y a encontrar un equilibrio entre mostrarnos tal cual somos y protegernos cuando es necesario.
Finalmente, ¿este encuentro con Camporeale transformará tu lectura del arte?
Tanto Sergio Camporeale como yo hemos trabajado en distintos contextos y, aunque hemos coordinado ciertos aspectos, cada uno ha desarrollado su obra de manera independiente. Por lo tanto, el verdadero impacto de este encuentro se revelará cuando las obras convivan en la galería. Sin duda, es un aprendizaje constante y un honor enorme compartir espacio con un artista de su trayectoria, y estoy seguro de que esta experiencia influirá en mi manera de ver y crear arte en el futuro.
Muestra: Sergio Camporeale y Toto Fernández Ampuero: Dos miradas convergentes.
Lugar: La Galería.
Dirección: Conde de la Monclova 255, San Isidro.
Fechas: del 13 de agosto al 6 de setiembre.
Entrada: Libre.








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