Manifiesto del vacío en la pintura peruana
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- 10 abr
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Actualizado: 12 abr
La exposición colectiva Manifiesto del Vacío en la sala Limaq reúne a diversas generaciones de artistas que exploran la pintura contemporánea en el Perú como un medio vivo, crítico y resistente frente a la saturación visual y lo digital.
por Leyla Aboudayeh

En un mundo donde las imágenes nos atraviesan a velocidades que escapan al cuerpo, donde las plataformas deciden qué mirar y por cuánto tiempo, pintar es casi un gesto radical. Manifiesto del Vacío. Pintura contemporánea en el Perú (volumen I), curada por Daniel G. Alfonso, se plantea como un punto de inflexión: no busca solo mostrar pintura, sino interrogar su rol actual, reubicarla en el centro de una discusión política, afectiva y cultural. Participan artistas de distintas generaciones como Alfredo Alcalde, Víctor Humareda, Sandra Cáceres, Antonio Castañeda, Fernando Dolorier, Iván Fernández-Dávila Ocampo, Camila Figallo, David Habibzadeh, Melissa Larrañaga, Ángel Loaiza, Yone Makino, Ana Masías, Marcos Palacios, Sebastián Poggi, Rocío Ponce, Pablo Quevedo, David Rejas, Renato Rosado y José Tola.

“La pintura contemporánea, debemos afirmar, es un acto de resistencia”, escribe el curador. Y no es una metáfora: es una resistencia al ritmo de la inmediatez, al mandato de productividad, a la homogeneización de la experiencia sensorial. En palabras de Camila Figallo, una de las artistas participantes, “la pintura me obliga a detenerme, a habitar el tiempo desde otro lugar. Es una forma de exhumar lo que está oculto, no solo en mí, sino también en los símbolos que nos atraviesan como sociedad”.
Esta pausa que propone la pintura es más que contemplativa. Es, como sostiene la teórica Isabelle Graw, una forma de conservar “valor de vida”: la pintura carga la huella de quien la hizo, es testimonio del gesto, del cuerpo, de una presencia irrepetible. Esa marca —humana, material, táctil— es precisamente lo que no puede ser replicado por la imagen digital, por más avanzada que sea su resolución.

Varios de los artistas de la muestra coinciden en esa intuición: Rocío Ponce habla del trabajo manual como una forma de conexión sensorial total; Yone lo ve como un acto reparador, una forma de aceptar lo irracional, el error, lo ambiguo. Para Sebastián Poggi, pintar es casi un ritual, una meditación que contrasta con la lógica de lo efímero y lo automatizado. Incluso quienes han incorporado herramientas digitales en su proceso, como él o Rocío, lo hacen desde una necesidad de equilibrio, no de sustitución. La materia sigue siendo el punto de partida.

Pero más allá de la experiencia individual, Manifiesto del Vacío también deja ver una crítica estructural. La escena pictórica en el Perú, como advierte Iván Fernández-Dávila, enfrenta múltiples obstáculos: falta de espacios, desinterés institucional, conservadurismo curatorial, precarización de las condiciones de producción. “Nos encontramos en un momento de conservadurismo ostensible y pesado, especialmente en los espacios que dependen del Estado”, afirma. Y lo dice con claridad: para un pintor, pintar no es una práctica más, es su vida entera.
El crítico Luis Lama ha sido enfático sobre este punto. En su columna “Melancólica Arequipa”, publicada en Caretas, lamenta que en una ciudad con potencial económico no existan galerías que sostengan una escena artística sólida. “En la ciudad hay pintores, fotógrafos, etc. muy talentosos, pero los coleccionistas son muy austeros”, escribe. Y no se trata solo de Arequipa. En una entrevista con Lima Gris, Lama fue directo: “Los artistas jóvenes creen que hay que prostituirse para lograr entrar al mercado”. Una declaración provocadora que revela el trasfondo de un sistema que no garantiza condiciones justas para la creación.
Esa precariedad también se manifiesta en la educación artística. Como señala Rocío, la formación en arte sigue siendo un privilegio en Perú. Faltan escuelas, faltan políticas culturales sostenidas, falta voluntad de acercar el arte a la ciudadanía desde edades tempranas. Lama lo confirma: “Los chicos de Bellas Artes son talentosos, con gran capacidad, pero esa capacidad no viene respaldada por la parte teórica que ellos necesitan”. Recuerda el caso de Luis Torres Villar, un grabador notable que no ha tenido una muestra individual en Lima, y que sobrevive haciendo polos en serigrafía. “Este mercado no le garantiza estabilidad. Es un círculo vicioso que parte de nuestra estructura social”, advierte.

Manifiesto del Vacío responde a ese riesgo con una afirmación múltiple y coral. Reúne distintas generaciones, sensibilidades y territorios para sostener que la pintura está lejos de ser un vestigio. Es lenguaje vivo, herramienta crítica, refugio sensorial, acto poético. La exposición no ofrece respuestas cerradas: propone un espacio donde las preguntas importan más que las conclusiones.
En tiempos de saturación visual, celebrar la pintura es también resistir. Y resistir, en el Perú de hoy, sigue siendo urgente. Como diría el propio Lama: “Hoy en día, con esta onda de conceptualistas que toman Google como punto de partida, la pintura se ha vuelto como la resistencia y la vanguardia; y el conceptualismo se está volviendo la tradición”.
Limaq del Museo Metropolitano de Lima
Parque de la Exposición, Av. 28 de Julio con, Lima 15046
Esta exposición dejó fuera a muchos artistas cuya presencia habría enriquecido la mirada hacia la pintura contemporánea en el Perú. La repetición constante de ciertos nombres genera la sensación de que el panorama artístico local se encuentra encapsulado en burbujas, lo que limita el diálogo y la diversidad. ¿A qué colegas podríamos sumar para ampliar esta conversación?
También fue notoria la baja representación femenina: de 18 artistas, solo 6 fueron mujeres. Más allá de la cifra, preocupa la percepción que aún persiste en ciertos círculos, donde se considera que la presencia de mujeres en estas muestras es una excepción. Lo cierto es que hay muchas artistas con propuestas valiosas que siguen siendo invisibilizadas, quizás porque las curadurías no siempre se…