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Foto del escritorAlberto Casari

PPPPdesign y el arte de evaporarse

En esta nueva entrega el atípico creador visual Casari desvela una copiosa etapa zambullido en la invención de objetos domésticos con sello surrealista. Detrás de múltiples identidades, experimentó por una década la amarga desaparición del artista para convertirse en empresario de sí mismo, uno conocido como «el diseñador de alfombras».



Escribe: Alberto Casari

 

Hace unas semanas escribí para .Vocablo- un breve artículo sobre la historia de PPPP. En este se hace una brevísima mención a lo que fuera una rama creada para el diseño y que llamamos PPPPdesign. Iniciado en 2001 y dado por concluido en 2020, PPPPdesign y el showroom de Barranco han sido una tienda de muebles y de interiorismo, cuyo concepto inicial fue abrir el horizonte al Proyecto PPPP y entrar en un nuevo territorio, además del literario que ya tenía en Covarrubias a su fiel corresponsal; es decir, queríamos intervenir en el mundo del design. Convertirme en empresario fue una verdadera performance, una idea warholiana de apropiación de los mecanismos del corporativismo y del mercado laboral. Así, PPPP / PPPPdesign ahora estaba conformada por dos pintores (Kobayashi y El Místico), un escritor amante de las performances (Covarrubias), un crítico de arte holandés (Van Host), un diseñador y administrador de empresa (Casari) y una invitada en carne y hueso (la arquitecta y designer Eva Pest).


El delegar a los heterónimos la acción artística y desaparecer convertido en empresario fue un proceso que duró más de una década. Tanto es así que, en los primeros años del 2000, muchos me conocían como “el diseñador de alfombras”. No puedo negar que esto me molestara, ya que me decía: ¿será posible que no se den cuenta de que estamos haciendo una acción artística que consiste en la desaparición física del artista? Sí, nuevamente la desaparición, o la evaporación, como sucediera en la acción de Pintura de Agua Dulce de 1997 y en el proyecto de los containers de madera de 2007, donde la pintura y la escultura se volvían invisibles.


Al respecto, el crítico Jorge Villacorta afirma: «Inicialmente, hizo de su obra la conjunción de dos mentes: la de Alfredo Covarrubias, poeta con inclinación artístico conceptual residente en Rotterdam (su primer heterónimo o, es decir, nombre con el cual cultivar otros aspectos de su personalidad) y la suya propia. Su firma desaparecía y aparecía en vez del logo de una empresa: PPPP. Dentro de ella, sin perder su nombre, Casari se convertía en alguien que no era exactamente él. Con la heteronimia cuestionaba la obsesión con la firma como sello del artista y el fetichismo centrado en la posesión del cuadro como lo esencial en la relación del hombre con el arte. Las obras de PPPP no eran objetos asociables a la expresión emocional o a la subjetividad. Pronto, por eso, el artista exploraría nuevas rutas y en su producción aparecería la rama PPPPdesign en la cual dos mentes, esta vez sí en dos cuerpos (el artista y su esposa), fabricarían objetos de decoración doméstica” (Enciclopedia temática del Perú, Cap. 1, Arte y Arquitectura, El Comercio, 2004).


Pero vayamos por partes. Yo comencé a interesarme en las alfombras a telar a principios de los años noventa, luego de conocer la obra de Alighiero e Boetti, el artista italiano del arte povera, que firmaba extrañamente poniéndose una “y” (“e” en italiano) entre su nombre y el apellido, como haciéndonos pensar que se trataba de dos personas. El interés de este artista por civilizaciones lejanas como la afgana y su descubrimiento de antiguas tradiciones artesanales, me hicieron sacar una conclusión: si Boetti hacía alfombras en Afganistán, ¿por qué no hacía yo algo similar con nuestra tradición andina? Fue así que cuando llegamos al Perú (yo regresaba, Eva venía por primera vez), entramos en contacto con artesanos y maestros tejedores como Máximo Laura, Julián Pariona y Gabriel Vallejo. Eva, por su lado, había iniciado una producción de objetos de bronce, siguiendo la línea de lo que ya había estado produciendo industrialmente en Italia, solo que esta vez se trataba de usar lo que teníamos a la mano, es decir, la tecnología artesanal peruana. Eran los años 1998 y 1999.



Las primeras alfombras a telar fueron realizadas en el taller de Máximo Laura, así como en el del también ayacuchano Julián Pariona. La experiencia de transmitir conceptos distintos a los patrones mentales de los artesanos no fue nada complicado. Diría que fue como si hubieran estado esperando que llegara ese momento para iniciar un intercambio de ideas nuevas. Nacen así las alfombras a telar con textos incorporados, modalidad que años más tarde seguiría usando en algunas instalaciones. El mejor “escribiendo” textos (digo escribiendo, pero en realidad se trataba de palabras que iban diseñándose mientras avanzaba el tejido) ha sido Gabriel Vallejo. Él tenía presente que de saltarse una letra o equivocarse escribiéndola, habría que deshacer todo el tejido y comenzar de nuevo.

 

  

                          


Cada una: alfombra a telar en lana de llama, 250 x 180 cm / año: 1999.

Más adelante, iniciada la primera década de 2000, el asunto de la escritura en las alfombras dio paso a un lenguaje más visual, menos conceptual y también más comercial. Fue cuando dejé el tejido a telar y comencé a realizar las alfombras con otra técnica, aunque siempre artesanal, llamada tejido de nudo.

Pero si bien entraba en una dimensión comercial, como comentaba líneas arriba, nunca dejé un cierto sentido lúdico en el diseño de las alfombras. Así aparecieron Basquiat, Anytown, Camouflage, Flower Power o Espermatozoides, solo por citar algunas.



                      







Cada una: alfombra tejida a nudo en lana de ovino, 245 x 180 cm.


En la empresa había una división neta entre lo que diseñábamos Eva y yo, pero hubo un momento que decidimos hacer a cuatro manos algunos experimentos, como la serie de muebles Stratus, de 2011, concebidos como piezas únicas y que se vendieron como tales a clientes bastante osados, pues, a decir verdad, el dripping de la pintura que les había aplicado les daba un aire casi surreal a los muebles. Otro experimento conjunto se dio ese mismo año para la intervención en el MALI in situ que llamamos Los errantes sedentarios. La curadora del museo, Tatiana Cuevas, había solicitado una serie de muebles y accesorios utilitarios, a mitad de camino entre el arte y el design, que sirvieran al público como elementos para el descanso, la meditación, el estudio o la lectura. La pieza estrella, inútil negarlo, ha sido el bote-sofá, creo que mi obra más popular, ya que en ella se han sentado miles de personas, incluidos el expresidente Ollanta Humala y su esposa Nadine Heredia, aunque esto —reconozco— no sea nada de lo cual haya que pavonearse. Su proceso de elaboración fue bastante divertido y comenzó con un viaje a Pucusana para comprar una chalana abandonada a un pescador del lugar. El traslado a Lima, aunque parezca inverosímil, se llevó a cabo sobre el techo de un taxi Tico (sí, sobre un Tico). Lamentablemente, el registro fotográfico del Tico con el enorme bulto encima viajando a Lima se ha perdido. Ayayay.


Otra obra enigmática que conformaba el grupo fue la alfombra tipo mouse para computadora, pero en escala gigante. Esta obra, así como las telas que forraban el serpentín de los banquitos, han sido ya retiradas hace algunos años, luego de haber sido consumidas por el uso.

                  





 

 


     









 

Paralelamente a todo esto, por el lado de PPPP a secas, es decir PPPP sin design, en 2006, Alfredo Covarrubias había publicado el libro Frases sin palabras ni letras que digan una cosa, editado por el Centro Cultural de la Universidad de San Marcos. En torno a esos años, mientras quien escribe administraba una empresa y diseñaba alfombras, el trabajo de Covarrubias se había alejado ya de las acciones y performances para retraerse en la intimidad del texto escrito. Pero esto ya es otra historia, que habrá que contar cuando haya que contarla.

 

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