Formado en Bellas Artes de Lima, invitado al taller del grabador Hugo Besard en Amberes y, luego, residente en la Universidad Torcuato Di Tella de Buenos Aires, el perfil del xilografista Luis Antonio Torres Villar aparece con la nitidez de una prosa cuidadosamente poética y con aroma amazónico-andino.
Escribe: Israel Tolentino
Hoy remojo los pies a tu lado en el cequión de siempre, te vas por un ratito nomás.
Luis Torres
Llueve esta temporada en los centros de poder y, aun así, no mojará a todos. La frase esta vez servirá de placebo. La lluvia, que en otros tiempos hubiera sido un milagro, hoy es una amenaza inminente. En el horizonte se dibujan lomas con la luz de los rayos y el sonido de los truenos. El país maltrata a los pocos talentos permitiendo, incluso, que emigren, se auto exilien; un país que se construye a punta de macanas y gases lacrimógenos.
Luis Antonio Torres Villar (Lima, 1984) lleva la sensibilidad de un nacido arrullado por la huaca Cajamarquilla planteando en su mirada y sentir, desde ese arranque, que la muerte es una semilla que devuelve vida. Una planta saldrá retorciéndose de un arpa entonando un canto en quechua. Se puede decir que hay una necesidad intrínseca de morir, de darle un descanso natural al cuerpo mortal y transformarse en semilla luego y hacer crecer la vida que no conoce fin.
El Perú intenso, potente y trascendente que se puede ver retratado por Luis Antonio en los pedregales, cerros, desiertos, asentamientos, bosques amazónicos… invadidos por peruanos negados a una propiedad, se dignifican en sus esperanzas y sudor.
Torres Villar ha elegido para esta primera parte de su vida la técnica de la xilografía, sin caer en dogmatismos y la ortodoxia estudiantil. Con su obra revive el grabado y la gráfica nacional; recordemos que la serigrafía era la técnica con resultados llamados contemporáneos y ampliaba el término “grabado” al de “campo gráfico”; la xilografía, se había atollado en las tres cuartas partes del siglo XX y parecía resignada.
En los primeros años del dos mil, exactamente el 2008, salta a la escena la obra de Torres Villar presentando xilografías gigantes y emparentadas, en primer grado, con el mate burilado. Con ellas gana el XXXII Salón Nacional de Grabado del ICPNA. La xilografía había sido llevada al extremo que los indigenistas no lograron, como dice el historiador Manuel Munive: “Al reconocerse colega con el maestro Seguil, prolonga el camino de la xilografía peruana moderna abierto por los indigenistas”. Había logrado poner esa técnica en el mismo horizonte discursivo que cualquier otro medio.
Exactamente hace un año publicó la carpeta Enero. De ese tiempo a hoy, Lucho Torres suma varias exposiciones significativas: Itinerarios del Presente. 25 años de Pasaporte para un Artista curada por Giuliana Vidarte en el MAC, donde presentó una carpeta xilográfica dedicada a Víctor Humareda en París. La exposición denominada Vusco Volvvver – 77 Artistas con Trilce curada por Jorge Villacorta y Víctor Vich, en la Municipalidad de Miraflores, con una xilografía de estética dadá titulada Trilce XXXVI.
Yuyay Lima en la sala Pancho Fierro, curada por Alfredo Villar, donde se mostraron unos camiones cargando en la ladrillera, obra recreada a partir de las fotografías de su papá Nicolás Torres, insólito fotógrafo popular y su obra “De la serie reconquista del arpa”, ganadora del VII Concurso Banco Central de Reserva hoy Museo Central (MUCEN), aparece en la carátula de una reciente publicación, donde a partir de obras de su colección, se conceptualiza la nación peruana, obra que se puede visitar en la sala permanente de pintura peruana del mismo Museo. Cuando una obra alcanza su madurez, que coincide con la del artista, esta camina sola.
Las obras de Luis Antonio, van más allá de montar las piezas en las paredes, están hechas de una forma cotidiana y aparentemente sencilla como tomarse un café, tocar con las manos la taza humeante sobre la mesa, remover el oscuro brillo y beberla sin importar el lugar donde uno se pose, intimidad ajena a mucha obra contemporánea que, cuando sale de su escenario, se trivializa, se pierde, extraña su escenografía…
Luchito Torres Villar está tan activo como siempre, sigue sorprendiendo y revitalizando la visualidad nacional. Sus imágenes imparables de personalidad silente y poderosa, en algún momento, tendrán que ir inevitablemente a echar una ojeada a su aporte. Pasará esta generación miope y dirá: ¡pucha, pensar que era mi pata!
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